viernes, 23 de octubre de 2015

Historias gatunas

Desde que me metí de lleno en el gatomundo son muchas las historias que me han llegado, de un modo u otro, sobre humanos y felinos. Y ya tenía yo ganas de compartir alguna de ellas con vosotros. En esta ocasión, de Susana. Persona a la que admiro y quiero por igual a pesar del poquito tiempo que nos conocemos y los más de ochocientos kilómetros que nos separan.

Yo hoy no quiero explayarme mucho más, pues es su momento. Y os daréis cuenta leyendo sus palabras. Gracias por compartirlas conmigo.


(Acompaño el texto con fotito de Lenin, ahijado de Susana. Y ni por un segundo penséis que es obra mía, que yo arte para la fotografía no tengo. La culpable de tanta belleza es mi compi, ElenaKaede. 
Y el propio Lenin, por supuesto.)
...............

Mi primer gato era un gato tan especial que ni siquiera fue mío.

Era yo tan pequeña que no pasaba del calificativo de insignificante y era tan de pueblo que mi abuela decía que era como las amapolas. Había nacido y vivía en una casita perdida en mitad de un montón de prados en cualquier lugar de Asturias. Antes de encontrar a mi primer gato ya había conocido a muchos más mininos. Todas las familias tenían varios y entonces tenían un estatus especial muy por encima de ser tan solo animales de compañía. Eran expertos cazadores de ratones y, en reconocimiento a tal trabajo de desratización hogareña, se les atendía, mimaba y daba de comer como si fueran de esos miembros de la familia que realizan una importante colaboración. Ninguno de estos fue mío aunque era a mí a quien acudían para alguna caricia esporádica y casi todos preferían el regazo cálido del abuelo que podía estar horas sin moverse con tal de no molestarles a ellos.
Mi primer gato, que en ningún momento fue mío, era un gato salvaje. Era salvaje no porque viviera en la calle como ocurre con muchos de los que ahora deambulan por las ciudades sin hogar, era salvaje como un tigre en la selva o un águila sobre las montañas. Era tan intensamente negro que cuando hacía sol su pelo brillaba como el más puro azabache y tenía los ojos tan verdes que, de no haberme visto reflejada en sus pupilas, habría pensado que más que ojos eran transparentes y bellas esmeraldas.
Aparecía de cuando en cuando y se posaba sobre un muro que cercaba la casa en una postura que transmitía puro orgullo y dignidad felina hasta tal punto que era imposible ignorarlo y no pararse a admirarlo. Yo apenas respiraba mientras le observaba sin pestañear, esperando en cada ocasión que tardara todo el tiempo posible es irse corriendo tan rápido que ni mi mirada podía seguirle. Se convertía en su huida hacia la aventura de su vida en apenas una mancha negra sobre el prado verde saltando con una sutil ligereza todo tipo de obstáculos naturales.
Mi primer gato, que nunca fue mío, era más bien de mi madre y era a ella a quien venía a ver. A ella sí la permitía acariciarle encorvando su largo lomo y lamiendo sus manos blancas y suaves y ella premiaba sus visitas con cualquier suculento manjar que él comía sin dejar de mirarla directamente a los ojos. Ella no le puso nombre alguno porque no quería limitar su infinita libertad y jamás intentaba que se quedara o lo llamaba cuando decidía irse. A veces yo discutía con ella con mis argumentos de niña porque siempre decía que no a cualquiera de mis ideas peregrinas para convencer a tan hermoso animal de que era mejor una vida en convivencia a mi lado…”y si le ponemos comida cada día en el mismo sitio, y si un día lo cogemos y lo metemos en casa para que vea lo que es un hogar, y si…” . “No, Susana, la esencia de ese animal es su libertad, no está abandonado, es salvaje… tan solo disfruta de él cuando quiera acercarse a nosotras”.
A veces venía cuando yo estaba en el colegio o en baile regional o con la abuela haciendo cualquier otra cosa y no podía verle. En esas ocasiones mamá me relataba con todo lujo de detalles, igual que cuando me contaba mis cuentos nocturnos, el encuentro… y cada una de esas veces me enfadaba, me ponía triste, me decepcionaba… quizás porque siempre en el fondo tuve la inquieta esperanza de convencerle en cada visita para que se decidiera a ser mío.
Y un día nos fuimos del pueblo a vivir a la gran ciudad y no tuve más opción que decirle adiós para siempre.

Puse un último platito de comida sobre el muro, a sabiendas de que probablemente la comerían los pájaros antes que el gato salvaje negro azabache de inmensos ojos esmeralda. Pero cuando volví la vista atrás cogida de la mano de mamá mientras caminaba hacia el autobús, vi a lo lejos el reflejo verde y negro del que fue siempre para mí mi primer gato, ese que, por más que yo lo quisiera, nunca fue mío.

8 comentarios:

  1. Ains, prendados nos hemos quedado con el gato negro azabache de inmensos ojos verdes de Susana. Un animal orgulloso, digno, libre, pura esencia felina corriendo por los prados.

    ¡Ronroneos y gracias por la historia!

    Y Lenin, muy guapo :)

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    1. Una lástima no tener foto de ese gatazo negro que nos ha hecho a todos estremecernos. Pero Lenin queda genial también ilustrando la historia. :)

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    1. Nos alegramos de que te haya gustado, mamá de Umpa Lumpa. :)

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  3. ¡Me ha encantado! He estado atrapada leyendo del principio al final... ¡Qué bien escribes Susana! Creo que mi compañera estará de acuerdo conmigo en que estás invitada a pasarte por aquí y escribir cuando quieras.

    Pd: ¡¡¡Lenin guapo!!!!!

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    1. Ya se lo he dicho yo, que no se corte y nos cuente cuantas más historias quiera. :)

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  4. Preciosa historia Susana, qué bonita relación tuviste con él.
    Sin duda aprendiste mucho y si como dicen es verdad que los gatos llegan a nuestra vida en momentos precisos y para enseñarnos algo, no me cabe duda que a tí te abrió la puerta a la locura gatuna y a respetar sus espacios y su esencia.

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    1. Ayyy, ¡nos ha conmovido a todos la historia! Y encima el gatete era negro. :D

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